EL CASTIGO DE TOMÁS



Tomás venía cruzando el acostumbrado arenal, no había pista ni vereda, sino un largo desierto urbano cuyo camino único tenía como puerto el colegio. Sí, el colegio, ese lugar donde también los sábados recibe charlas de capacitación, además de talleres que voluntarios profesionales dictan.

La vida es un hábito de problemas, una sinfonía de histeria, una amalgama de gritos sin sentido; esas sensaciones en Tomás eran muy frecuentes. Esa mañana se reflejó en una gritadera que recibió de su mamá, ya que el pequeño había roto la licuadora. Pensar y pensar en eso solo hacía humedecer los ojos pero a la vez sentir esa ira muy grande para un cuerpo tan pequeño. El colapso era invitable.

   - Tomás sientate por favor.

   - Ahora vengo.

El pequeño salió del salón, se dirigió al baño, solo quería salir, no aguantaba llorar y peor que lo miraran. Caminó y caminó, sí, al final ni fue al baño, solo caminó y caminó. Hasta que llegó el momento de regresar al salón.

  - Tomás ven por favor.

  - No, quiero, igual ya vine.

Nicolás, el voluntario docente que le daba el programa a Tomás, era quien lo llamaba, ante la negativa del pequeño, Nicolás lo cogió del hombro y le hizo una seña de "vamos afuera".

  - ¡Suéltame!

  - ¡Vamos afuera y hablemos!

La voz con de carácter y autoridad, intimidó a Tomás, él sentía que le esperaba un sermón o mejor dicho un grito que solo desencadenaría en lágrimas nuevamente. Nicolás se paró frente a él y lo quedo mirando fijamente. El docente era bien alto, por ello se arrodillo para poder mirar a Tomás directo a los ojos y así empezó.

  - Pequeño, no te conozco aún mucho, pero sé que no eres malo, sé que algo ha pasado que evita sacar de ti ese buen corazón. Estoy seguro que no eres así realmente, con esa actitud poco positiva ¿Qué pasó? Cuéntame.

Fue inevitable que Tomás volviera a llorar, se sintió protegido, se sintió en confianza, sintió que debía hablar.

  - Mi mamá me gritó porque rompí la licuadora, pero no tuve la intención.

 - Me acuerdo que cuando tenía tu edad rompí su adorno favorito, y me castigaron sin ver televisión.

 - A mí me castigaron con mi celular, no podré usarlo por dos semanas.

 - El célular regresará en dos semanas, y tu mamá comprará una nueva licuadora. Y en unos años, tú te reirás de estas anécdotas, porque serás grande campeón. Perdona a tu mamá, no la juzgues, lo que sí háblale y exprésale lo mal que te sientes y promete tener más cuidado. Pero la más importante, no permitas que ninguna situación te haga experimentar malas acciones. Tus creencias tú las eliges, y si eliges creer que las cosas te pasan por algo bueno, creeme que solo llorarás de alegría.

 - Está bien, pero ¿me va a castigar?

 - El castigo te lo das tú mismo al sentirte mal, riamos un poco, que tú estás en este mundo para ser feliz.




Comentarios